«Nadie, ni yo, ni nadie puede andar ese camino por vos.
Vos mismo lo recorrerás.
No estás lejos, está a tu alcance.
Tal vez estás en él sin saberlo, desde que naciste, acaso lo encuentres de improviso en la playa o en el mar»
Walt Whitman
Cuando tenía 16 años, tuve mi primer experiencia de Orientación Vocacional en un taller que se realizó en el liceo donde estudiaba.
Recuerdo haber ido a ese espacio llena de dudas; cuarto año de liceo llegaba a su fin y yo no sabía cuál opción de bachillerato elegir. Temía elegir la opción equivocada, perder años, separarme de mis compañeros, y por sobretodo, me daba miedo arrepentirme de mi elección.
En ese espacio, comprendí que nadie podía tomar una decisión de tal magnitud por mi, pero que si podían acompañarme, apoyarme y contenerme en la búsqueda de mi vocación. Por lo tanto, lo que se esperaba de mí tenía que traducirse en «lo que yo espero de mi». Los deseos que el entorno deposita en nuestro proyecto de vida pueden cegar la vista y hacernos recorrer un camino ajeno.
La elección vocacional es un decisión propia y responsable que nos lleva a reflexionar sobre aquellos aspectos que construyen a la persona que somos hoy día. Nos obliga a sentir el temor de mirar lo desconocido y lo diferente. Todos sabemos en el fondo, que una elección implica una renuncia, y en ambos casos, debemos salir de nuestra zona de confort para alcanzar nuestra vocación.
Hoy, con 31 años y mirando a la distancia, me encuentro atravesando dudas similares aplicadas a otros ámbitos, comprendiendo finalmente que la vocación no es algo que nos determina y nos encasilla para siempre, sino que es una construcción permanente dentro de un camino que nosotros mismos elegimos transitar.
Acepto y entiendo que estar y sentirse desorientado es parte de encontrar la orientación en nuestro proyecto de vida.
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